Hoy traemos un plato de película. No recuerdo cuántos años hace que leí la novela “Tomates verdes fritos" (Fried Green Tomatoes at the Whistle Stop Cafe) de Fannie Flagg, publicada en 1987. Sé que yo era muy joven, creo que no tenía ni treinta años. Como muchos sabrán la novela se desarrolla y describe la vida en un pequeño pueblecito (Whistle Stop) del sur de Estados Unidos en Alabama a finales de la década de 1920. Un libro delicioso cuya lectura te deja una sonrisa en la cara y cuyos personajes te enamoran. Gran parte del argumento se desarrolla en torno a un pequeño bar junto a unas vías de tren de la localidad y que en la novela tiene el nombre de Whistle Stop Cafe.
Desde que leí la novela me entraron ganas de comer aquellos tomates verdes de los que hablaba. Estoy segura que es mi naturaleza antojadiza la que me hizo querer probarlos porque jamás he comprado un tomate verde ni para ensalada porque los comparo con el delicioso sabor de un tomate carnoso y rojo rezumando jugo... me parecía sorprendente que algo tan verde pudiera quedar tan rico, pero en todo caso yo tenía que probarlos.